Sergio Dantí Mira
No.
No quiero ver a Israel derrotado.
No quiero ver al país vencido, sus edificios que fueron hogares convertidos en escombros que cubren cadáveres irrescatables, humeando su desesperación tal como la lloró, hecha espeso humo negro, la soberbia nazi en Alemania. La de la Raza superior. La que se jactaba por haber dado al mundo científicos, industriales y artistas que tanto habían enriquecido el alma humana.
No.
No me gustará ver a las madres israelíes buscando a sus niños entre las ruinas, mientras ellos han salido – con ese valor y decisión que dan la niñez y su esperanza inacabable, a buscar un trocito de pan, algo para engañar el hambre y -ojalá- algo de agua potable para llevar a lo que les queda de familia.
Sí querría ver a Israel poderoso, arrancándose los trozos podridos de su piel. De su carne. Limpiando en profundidad esas pústulas malolientes de la infame soberbia y arrojarlas lejos de sí, para que no contaminen nunca más su carne tierna.
Sí querría ver como despegaba de sus dedos, como un viscoso guante de mocos, esa infame misión que se han arrogado, de recordarnos que puede haber humanos tan enfermos que deciden que otros humanos merecen la muerte solo por ser “otros”. De otra zona, color, religión o raza tan inferior que no importa que mueran. Una vez, ellos fueron los “otros”. Y ahora sus partes enfermas se envanecen de haberse vuelto tan fuertes como dioses imbéciles que deciden cuáles son los “otros” que merecen la muerte por bala, cuchillo, hambre, enfermeedad, desesperación o miseria. Transformados en dioses soberbios, deciden ya quienes merecen morir solo por llevar un nombre impuro. Una sangre impura. Por ser un pueblo impuro. Otros también por ser de otros colores (gitanos oscuros, indios cobrizos, africanos negros, comunistas rojos), han podido ser asesinados legalmente, o expulsados de sus casas, o muertos a golpes, torturados sin juicio y amontonados sin nombre en fosas comunes, arrojados desde aviones al mar.
La democracia no nos salva de esta bestialidad. Un gobierno nazi, democráticamente elegido declaró legal matar a gente por ser judía, o por ser eslava. Y propusieron que los “inferiores” debian ser sus esclavos. Otras bestias “democráticamente” elegidas, muestran orgullosos por televisión como matan a setenta mil personas y las humillan en un ghetto sin escapatoria posible y se mofan de las instituciones que el mundo se ha dado para gobernarse.
No quiero ver a Israel derrotado. Quiero ver cómo su gente sana, buena, humana, sensible, la que ha enriquecido la cultura y la ciencia mundiales, sale a las calles y arranca del poder a los que están haciendo tanto daño a su propio pueblo y se yerguen sobre la miseria espiritual que han creado esos “otros” y se declaran hermanos horizontaoes de todos los seres humanos. . Tanto daño… ¿Es que no se dan cuenta?
Quiero ver israelitas victoriosos arrojando esos jirones de carne pútrida lejos de sus sensibles músicos, de sus creadores, de sus artistas, de sus médicos, sus buscadores de verdad.
Querría ver como disfrutaban del contacto místico con los grandes misterios del mundo -de la mano de sus científicos- y cómo vomitaban lejos de su cuerpo ya sano los trozos de carne putrefacta de la religión miserable, la de los golpes de cabeza en el muro y la que lee un único libro, que enseña a no respetar otros libros, otros nombres, otras gentes.
En Alemania, hubo que desalojar a los nazis con toneladas de bombas y horror y muerte. Espero que Israel se levante para mirar al frente, al cielo, y con una voz suave pero inmensa, diga: ¡Fuera mis partes podridas, que han vuelto a despertar todas las leyendas que tanto han hecho sufrir a mis antepasados!
Y con entusiasmo, con energía, con la ilusión con que siempre ha hecho las cosas, limpie su país de sus propias inmundicias y pueda reposar, trabajar y progresar, feliz, al lado de sus hermanos de toda la tierra.
Y que vuelvan a creer que todos somos uno.
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